martes, 23 de noviembre de 2021

Escudo Nacional. Cap 01. ¿Dónde están?

Aquel pudo haber sido un buen día. Junio, un día soleado, clima templado, pequeños trinos desde los árboles ennegrecidos por años de humo de vehículos. Algo de pólvora en el ambiente. Pero adentro, tras los amplios ventanales que convertían la luz del día en un reflejo anaranjado, junto a quizá una docena de enfermeras y médicos, custodiado por dos soldados altos e impecables, Jaguar despertó. Primero pacíficamente, restirando levemente sus brazos sin apenas moverlos. Después un destello en la memoria, el rostro inexpresivo, inquietante y metálico de Bot, avanzando hacia él como lo haría un insecto o un animal rabioso, lo hizo sacudirse en la cama, agitando dos grandes bolsas de suero suspendidas al lado de Jaguar. La cara le picaba un poco, quizás por la barba o por el pelo ridículamente largo. Canas. La última vez que Jaguar había visto su cabello sólo tenía un mechón de canas en la frente. Ahora parecía que todo su cabello se había vuelto de un gris amarillento. El destello también trajo dolor físico. Costillas, frente, pierna izquierda. Jaguar no tuvo tiempo de sobreponerse cuando los custodios abrían fila. Iluminado por el sol cobrizo de la tarde, entraba con cierta timidez un joven de unos veintiocho años, con pulcra bata blanca y anteojos. Jaguar vio impasible la llegada del extraño, apenas siguiéndolo con una mirada desdeñosa y fría. Después de un innecesariamente largo ademán, el joven se sentó al lado de Jaguar y sacó una tablet de la pequeña mochila cruzada que llevaba al hombro. Fingió revisar algo en ella, más por temor que por genuino desinterés, y jaló mucho aire antes de empezar a hablar. - Buen día, señor Genaro, soy el psicólogo, me pidieron que hablara con usted. Jaguar permaneció en silencio, duro, distante. Le dedicó una mueca de desagrado al Psicólogo justo antes de que él siguiera hablando. - Creo que debe tener muchas dudas, mi trabajo es ayudarlo a entender qué está pasando y cómo fue que llegamos hasta aquí. -¿Dónde chingados estoy? -E-estamos en la Primera Zona Militar, en un hospital de la SEDENA. -¿Qué hago… cómo llegué aquí? -Emmm… usted fue ingresado en este hospital para atender las heridas que le provocaron en un… incidente. Un par de monitores conectados a Jaguar marcaban niveles estables. El Psicólogo hizo una pausa meditada antes de soltar la siguiente noticia. -Ha estado casi diez años en coma. El pulso se agitó levemente, ojos bien abiertos y alguna clase de certeza alojada en el fondo de los recuerdos de Jaguar. -¡¿Qué mierda pasó?! El Psicólogo suspiró. -Le traje un periódico de hoy, ¿puede leer la fecha? Jaguar tomó a regañadientes el papel. Leyó rápidamente algunos titulares: El presidente inaugura la hidroeléctrica más grande de Latinoamérica; Ciberdelincuencia aumenta 37% en el último trimestre; Pesadilla en hospitales públicos. Veintitrés de junio de dos mil diecisiete. De pinches dos mil diecisiete. El Psicólogo no esperó respuesta y siguió hablando. -Su cuerpo ahora está estable y funcional, necesitará un poco de rehabilitación para recuperar la movilidad y tiempo para… pues, adaptarse, pero lo importante es que ya despertó. El Psicólogo, que no había esperado respuesta, obtuvo la única contestación posible de un Jaguar cada vez más alterado. -¡¿Qué mierda es esto?! -Sé que esto puede ser difícil de… -A ver, cabrón, si lo que dices es verdad, ¿cómo le atinaste al momento exacto en que desperté? -Usted despertó del coma hace seis horas, se desorientó y tuvieron que sedarlo. Entonces me llamaron. La imagen cruzó breve pero intensamente por la cabeza de Jaguar, él estuvo en el piso, babeando y llorando mientras alguien inyectaba algo en su cuello. El Psicólogo carraspeó. -Como le decía, sé que esto puede ser difícil, señor Genaro, pero necesitamos que se concentre. Piense unos segundos y dígame por favor qué es lo último que recuerda. A partir de ahí comenzaremos a trabajar. Una verdad comienza a afianzarse en Jaguar. Algo innombrable. - Recuerdo algo como una pelea… estaba Bot, siento que también estaba China… Los ojos de Jaguar buscaban los restos del recuerdo en el pasillo, en el techo, en los pliegues de las sábanas ásperas. - Y también Meteora… tengo la sensación de que estábamos peleando entre nosotros. El destello regresó y permitió a Jaguar ver a Bot en guardia, su cuerpo metálico repelía el rayo de energía que salía de las manos de Meteora. A su lado, China le decía algo que no alcanzaba a escuchar. El psicólogo seguía ofreciendo intensas pausas. - Es correcto, hace diez años Meteora atacó a Bot, se emitieron las alertas y China y usted fueron los primeros en responder. - Los primeros… éramos un grupo… - Eso es correcto también. -¿Dónde están? - Esa es la pregunta que tenemos que desarrollar, señor Genaro. Jaguar pensó detenidamente, algunos detalles escapaban de la oscuridad aquí y allá, pero nada que conectara el torbellino en su cabeza. Nada excepto… - Supongo que todo esto tiene que ver con ese pinche robot… - Sí, todo parece haber empezado con Bot. - Pero no entiendo, ¿por qué Meteora lo atacaría? - Creo, señor, que su confusión se debe a la información que tiene, que es diferente de la que hemos podido descubrir desde ese día. Hubo un sutil recuerdo de un pequeño pueblo escondido en un valle solitario, cruzado sólo por una carretera recta que se perdía en las montañas a lo lejos. Visto a la distancia, Pueblo Felicidad era un nombre muy estúpido para un lugar, pero en este caso quedaba a la perfección. -Todos supusimos que ustedes eran héroes, que Bot, Galaxia y Quásar venían de otra dimensión y que la fuente de sus poderes era amigable… Mucho después de desmantelar a Bot, descubrimos que Pueblo Felicidad era en realidad un asentamiento irregular cerca de Salamanca, en Guanajuato. Bot, de alguna manera, convenció a los dos mil y pico habitantes de que vivían en otra dimensión y que ellos tres eran sus héroes. Pero obviamente fue mentira… - Siempre me dio desconfianza ese robot… decían que podía explotar como un reactor en cualquier momento. - Era más peligroso que eso. Nadie se esperaba la enfermedad de Quásar. Un día su hígado desarrolló tripas, dientes, todo un sistema digestivo y fue devorando los otros órganos. En las radiografías nunca se notó la causa, por eso Meteora vio la verdad sólo hasta que su hermano murió en sus brazos. Quásar pasó muchos días en una terrible agonía. - Pero qué mierda… pero lo detuvimos, ¿no? Se desmanteló, dijiste. - Así fue, pero a partir de ese hecho se desintegró Escudo Nacional, señor Genaro, todos están recluidos, desaparecidos o muertos. Tal vez desde unos minutos antes hubo algo parecido a un recuerdo amargo llegando de súbito a Jaguar, pero no pudo decirlo sino hasta que fue inevitable. - ¿Quién murió ese día? - Meteora… y China. - ¿C-Cómo fue? - Inteligencia dijo que Bot era la fuente de los poderes de Meteora y Quásar, él se los daba y él se los quitó, fue como apagar un interruptor… lo hirió gravemente a usted y también atacó a China. - ¿Llegaron esos cabrones de los luchadores? - Sí, llegaron junto con Agni. - Ojalá se hayan llevado una buena chinguita… - Agni absorbió la mente de Bot, mientras Angelical y Baal peleaban físicamente con él. Después de eso, Agni estuvo ausente durante varios meses. En algunas ocasiones se presentaba a los enfrentamientos pero no hacía absolutamente nada, sólo se quedaba en un rincón cruzado de brazos, observando. El 21 de diciembre de 2010 lo vieron subir a la Pirámide del Sol, en Teotihuacán, sigue desaparecido… No quisiera confundirlo más con los detalles, si le parece podemos conti… - ¿Qué carajo pasó con los luchadores en estos años? - Los dos consumían drogas, incluso en la época en que ustedes trabajaron juntos. Angelical se consideraba un ser que había trascendido los límites de lo humano, usted lo debe saber mejor que yo. La última vez que lo vieron fue en la Sierra Sur de Oaxaca, la policía municipal quiso ayudarlo porque el pueblo reportó a un enmascarado robando leche de las tiendas. Baal, por otro lado, era un gurú pero del fisicoculturismo. Llegó a consumir cantidades desmedidas de esteroides y los combinaba con piedra y cristal. Se convirtió en un armatoste de músculos, demasiado violento e impredecible. Lo detuvieron después de la masacre de la 15 de septiembre. La agilidad con la que el Psicólogo manipulaba su tablet, le resultó molesta a Jaguar. Unos dedos delgados que rozaban apenas una placa cristalina, dejando un leve rastro graso. - La 15 de septiembre es la secundaria a la que Baal fue a dar una plática sobre prevención del acoso escolar. La primera opción fue invitar a Angelical, pero ya no estaba disponible. No sabemos a ciencia cierta qué pasó, los sobrevivientes no han podido hablar del evento, pero descubrimos que Baal enfureció y terminó matando a 13 niños y dos maestras. En la pantalla apareció un video de seguridad. La toma era desde una esquina afuera de un salón de clases. Las ventanas se rompieron de súbito, sillas y pedazos de personas salpicaron el suelo. Algunos niños, niñas, corrían despavoridos. En cierto momento, Baal apareció en la imagen, agarró por las piernas a un niño que había tropezado, golpeando después su cara contra el piso, hasta convertirlo en una masa sanguinolenta. Jaguar lucía contrariado, era demasiada información en muy poco tiempo. Aunque en algún otro momento de su vida podría trabajar y adaptarse bajo presión, esta vez todo le pareció agobiante. Lo peor eran esas ganas de recuperar el recuerdo de todo, o de un solo evento, aquel en el que perdió a China. - Hijos de su puta madre… todos son unos hijos de su puta madre… En serio, ¿qué mierda pasó? - A grandes rasgos ese es el estado actual de las cosas, señor Genaro. - ¿Y qué se supone que haga ahora? - Me pidieron que hablara con usted porque necesitan de su servicio. El Psicólogo hizo un gesto a los guardias, quienes de inmediato abrieron el paso a un hombre mayor enfundado en un vistoso traje, luciendo una amplia sonrisa maliciosa. Jaguar lo reconoció entre la bruma de su memoria. Santillán, un viejo narco, mañoso, traicionero y con una enorme labia. Aún ahora se lograba escabullir bajo la fachada de un funcionario. Debía ser funcionario, de ningún otro modo se habría puesto un traje. Zapatos lustrados, cinturón liso, la misma corona dorada en uno de sus dientes frontales. - Mi querido Jaguar, ¡cuántos años han pasado! - Puta madre, ¿de qué se trata todo esto? - Pues como ves, ahora trabajo en Presidencia, cabrón, y me toca darte la buena noticia… Tu pinche vida ahora va a tener más sentido, el Presidente en persona te pide que conduzcas una investigación. El psicólogo ya te habrá dicho lo que le pasó a los pendejos de tus amigos. Por otro lado, en las últimas semanas han aparecido perros de agua en el lago de Texcoco, han comido gente, han querido entrar a las casas… un desmadre. Lo raro es que han salido con cuatro, cinco ojos, dos garras, tres cabezas, mamadas así. Capturamos varias de esas madres y las analizamos. Esos hijos de su puta madre están hasta el huevo de radiación, y a que no adivinas qué tipo de radiación. - Bot… - Qué bueno que no te haya dejado tan pendejo esa vida de cagada que llevabas. - Pero qué carajo… ¿no lo desmantelaron? - Claro que sí, sus piezas están en un búnker a quinientos metros de donde estamos justo ahora. - Y entonces qué mierda quier… - Tú estuviste en contacto con todo eso, conoces cómo piensan los héroes y los monstruos como ellos… y también eres el único que sigue más o menos en sus cabales. El presidente quiere que le lleves un plan de investigación en dos semanas y que descubras qué madres está pasando. - Estás pendejo… - Puedes disponer de todos los recursos que nos permita esta austeridad, cabrón, así que hazlo bien. Apóyate del Psicólogo, si quieres, tiene un diplomado en comunicación de noticias y al parecer otro en valer verga… son tal para cual. - Ni madres, yo me voy a la chingada de aquí. - ¡A poco! Va a estar cabrón que te vayas hasta allá sin una pierna. Santillán no dio tiempo a réplica, tan pronto como dijo su última frase, salió de la habitación sin voltear a ver a Jaguar, que tardó unos segundos en reaccionar. Cuando Jaguar por fin pudo moverse, levantó la sábana que había estado cubriendo sus piernas y vio el muñón que ni siquiera llegaba a la rodilla. Sintió náuseas, ganas de llorar, ganas de lanzarse de algún lugar muy alto, ganas de morder y desgarrar, pero no podía hacer nada de eso. En su lugar, como una luz al final de un túnel creado hacia las profundidades de sus ojos opacos, Jaguar pudo ver un centro comercial en construcción. El tiempo retrocedió diez años y allí estaba Jaguar extendiendo las manos hacia un velador, que le ofrecía temblando las llaves de una retroexcavadora. A su lado, China preparaba algunas armas en su furgoneta. Mientras el velador corría para ponerse a salvo, China dijo algo que esta vez Jaguar sí pudo escuchar. - ¿Sabes que te amo? Jaguar sonrió. Mientras corría hacia la retroexcavadora, pudo sentir el aire temblando con fuerza por los golpes entre Meteora y Bot. Todo brillaba de vez en cuando. Meteora gritaba, jadeaba casi exhausta, mientras que Bot permanecía inmutable, en guardia. En cierto momento, mientras Meteora recuperaba el aliento, Bot apuntó el cañón de su brazo hacia ella, pero antes de que pudiera disparar lo golpeó de lleno el brazo de la retroexcavadora. El daño fue mínimo, pero la maniobra sirvió para que Meteora regresara al aire. Jaguar tuvo un instante para reaccionar y escapar de la maquinaria, que violentamente salió proyectada varios metros. Aún en el suelo, vio acercarse a Bot. No tenía casi nada en común con aquel héroe que había sido hasta aquella tarde. El cuerpo metálico era el mismo, quizás algunas armas añadidas en los brazos, pero esa forma de correr a cuatro patas, esos movimientos cortados y la total ausencia de la voz amable que le había sido programada, lo volvían una amenaza inhumana. Bot había dejado de ser parte del equipo y ahora iba a embestirlo a toda velocidad. Sólo el dolor, pierna izquierda, fractura múltiple, carne compactada entre los dedos del androide. Después un golpe en la sien que por poco lo desmaya. Justo antes de lo que parecía otro golpe fatal, Meteora logró acercarse para taclear a Bot, derribándolo. Sentada a horcajadas sobre el pecho brillante, Meteora comenzó a golpear llena de ira. Golpe tras golpe, disfrutando las pequeñas, ínfimas magulladuras que lograba hacer sobre la lámina. Nadie notó lo que mucho tiempo después se sabría: Bot dejó de emitir cierta clase de radiación, la que le daba los poderes a Meteora y Kuásar. Como si se hubiera apagado un interruptor, todas las habilidades sobrehumanas de Meteora cesaron de repente. Ello significó que un último golpe al cuerpo de Bot terminó rompiendo la mano de Meteora. Un grito terrible. A final de cuentas seguía siendo una niña. Una niña que ahora recordaba de la peor manera su vulnerabilidad. Bot se incorporó con calma. Una de sus manos tomó a Meteora del cuello, la otra sujetó la pierna derecha de una niña aterrada que suplicaba. El androide lanzó una mordida al abdomen de Meteora y, manteniéndola sujetada de esa forma, arrancó la cabeza y la pierna. Sangre sobre el metal. Los gritos cesaron. Del otro lado de la explanada, China tardó un poco en reaccionar al horror. En cuanto pudo, apuntó y disparó un lanza cohetes hacia Bot, quien no tuvo más que desviar la trayectoria del proyectil. La ojiva fue a dar a la estructura del centro comercial, que colapsó estrepitosamente. Bot centró su atención en China. Volvió a correr a cuatro patas, ni siquiera se molestó en esquivar las balas de un par de Uzi que China sostenía. En cuanto llegó hasta ella, erguido ahora cual alto era, tomó su cabeza y, como si fuera un solo movimiento, su mano la atravesó como un cuchillo desde la entrepierna hasta el cuello. Jaguar lo vio todo. Muchos años después, maldeciría a los otros héroes del equipo por no llegar a tiempo, por dejar que todo acabara así. Creería que el punto de quiebre, el sitio a partir del cual se dio cuenta de que aquello era real y terrorífico, fue cuando escuchó las únicas palabras de Bot emitió durante el incidente. Por primera vez Jaguar oyó la verdadera voz de Bot, que le hablaba sólo a él, que quería entrar en su cabeza mientras le señalaba el montón de carne y vísceras al que había reducido a China. - Ahora está limpia. Jaguar intentó incorporarse sin éxito. Bot lo levantó por la pierna rota, arrancándosela de una dentellada. Después lo azotó fuertemente contra el piso. Todo se volvió negro. Oscuridad, carne, sangre, silencio. A lo lejos, antes de un sueño demasiado profundo por antinatural, Jaguar pudo distinguir a Angelical y Baal. También a Agni flotando hacia Bot. Todo se apagó durante una década. Aquel, definitivamente pudo haber sido un buen día.

sábado, 24 de agosto de 2019

Llorona - De Liber Monstruorum

Esta leyenda es, quizá, la prueba de que todo sigue un molde concebido previamente, que los millones de escenarios posibles se remitirán a un sólo origen común. Cuando llegamos al estudio de este espectro nos vimos confundidos por las innumerables versiones que pasaban de oído en oído, perdiendo su fuente primigenia. Además, los lugares donde se manifestaba se extendían por todas las colonias europeas, siendo prácticamente imposible especificar un lugar, siquiera una cultura, que haya dado origen a la historia. Sin embargo, notamos que en todas las versiones existían elementos comunes (una mujer que vaga a mitad de la noche vestida de blanco, la maternidad convertida en tragedia, el agua... ), y eso sólo puede significar que la maldición que obliga a las infinitas Lloronas a permanecer suspendidas en el tiempo es dispensada por un poder único. Es decir, una fuerza, una ley oculta es lo que convierte a una mujer con ciertas características en una Llorona, tal como un árbol crecería de la semilla cuidada debidamente. De entre todos los nombres que hallamos, hemos escogido llamar Cihuacóatl a este poder arquetípico, puesto todos los elementos de la leyenda están contenidos en ella (el lamento por el destino de sus hijos –los aztecas-, el canto nocturno que es bello y a la vez temible, su morada está al oriente... ). Así, presentamos las versiones de la Llorona que cuentan con mayor documentación y de las que estamos por completo seguros de su veracidad, puesto que a todas ellas hemos visto en nuestros viajes. Siendo nosotros testigos fieles de estos tremendos prodigios no podemos sino dar fe de que el don de Cihuacóatl es también un mensaje que cruza todas las fronteras con tal de que le atendamos, la historia formada por las similitudes entre las versiones es la verdadera palabra de Tonantzin. He aquí este misterio. A finales del siglo XVIII, Puerto Varas (también llamada La Ciudad de las Rosas), Chile. Lucía Carrera pierde a su hijo recién nacido, que ha sido vendido por su esposo (de apellido Wiese, joyero alemán llegado al sur del continente en el auge minero) a una pareja extranjera. El trato fue hecho a espaldas de Lucía, y supo lo ocurrido de boca de su propio esposo ebrio cuando ya su hijo cruzaba el océano. Wiese regresaría poco después a Europa, abandonando a su esposa en la miseria. Completamente deprimida, Lucía se dedicará por un tiempo a la prostitución esperando quedar encinta, sin nunca lograrlo. Su familia no la recibe de nuevo por la mala reputación que la rodea, duerme entre la basura de la plaza central y los pordioseros abusan de ella. Encuentran su cuerpo una mañana de junio flotando en el lago Llanquihue. A partir de esto se crea una historia de terror con lo ocurrido, se dice que todas las noches el espíritu de Lucía va llorando desde la que fuera su casa hasta la plaza central, donde se detiene un largo rato, después sigue hacia el lago y allí desaparece. Ciertas variantes le atribuyen un carácter punitivo hacia los padres: entra a las casas para llevarse a los niños que han sufrido algún maltrato, buscando compensación por su hijo vendido a los extranjeros. Resalta el hecho de que rara vez se manifiesta como una imagen, todos asocian la historia a una voz sin cuerpo que lanza lamentos desgarradores; para verle se requiere ser sensitivo o, en su defecto, enjuagarse los ojos con las lágrima de algún perro, aunque esto pueda llevar a perder la vista definitivamente. Hacia 1750, templo de Las Rosas, Valladolid, México. Una monja, maestra de música en el conservatorio de Las Rosas, asfixió hasta la muerte a una de sus alumnas, huyendo después hacia el algo de Cuitzeo donde fue brutalmente linchada por el pueblo indignado. Arrojaron el cuerpo desnudo al agua y quemaron el hábito. En su celda había dejado una larga carta llena de referencias bíblicas y arrepentimientos. Aunque la Madre Superiora negó rotundamente la existencia de cualquier indicio que permitiera suponer la locura, en su propia autobiografía confesaba saber con anterioridad los deseos de su subordinada de matar a cierta niña en específico, sin tomar medidas al respecto. La atormentada monja había sido violada por el párroco de una iglesia vecina, quedando embarazada. Tanta fue su vergüenza que expulsó al bebé de forma muy prematura (no hay un tiempo exacto, pero el rumor popular dice que el abortó sucedió al cuarto mes de gestación), pagando después a algunos albañiles para que emparedaran a su hijo. En 1738 se vinieron abajo algunas partes del convento, hallándose los restos de varios niños nonatos (una parte de la carta de despedida decía: “... y entre las paredes estava el hijo de la grazia, el hijo nazido en la vergüença, Dios perdóneme quien fizo esto no lo fará nunca más”, una clara referencia a este hecho). La monja, apesadumbrada por la culpa, tenía alucinaciones muy frecuentes, y terminó creyendo que una de las alumnas era su hija que había resucitado para atormentarla. A pesar de que la violación se hubo convertido en un secreto a voces, el sacerdote no recibió reprimenda alguna y negaría el hecho por el resto de su vida. La historia se difundió: se hablaba de que la monja aparecía en el lago, caminaba hacia la ciudad llorando a gritos, se detenía en el Conservatorio unos momentos y marchaba de regreso. Iba desnuda, en el cráneo no tenía ni piel ni carne. Su grito era inconfundible, pues denunciaba al sacerdote y pedía perdón a su hijo y a la niña. Se consideraba que su encuentro era de mala suerte y tras la medianoche se evitaba la ruta por donde ella iba. Una variante más añade que el clérigo sería encontrado crucificado en el altar al cabo de un año del linchamiento de la monja (esto se corresponde con las apariciones de un hombre cargando una enorme cruz que no deja de repetir el nombre de una mujer mientras camina). Se cuentan pocos los que han hecho frente al espectro, y dicen que les ha seguido hasta en los sueños porque los confunde con los niños muertos. 1738, Antigua, Guatemala. Leticia Figueroa enloquece y vaga por la ciudad como indigente. Fue abandonada por su pareja cuando quedó embarazada (no se sabe nada de él, se habla de un criollo, de un gobernador y de su padrastro). Echada a su suerte por su familia, tuvo al bebé cuando ya vivía entre los callejones. Fue tanta la pena por el sufrimiento que le causaría a su hijo durante toda su vida que decidió ahogarlo en el lago Atitlán. El relato más conocido menciona que la noche en que lo mataría caminó lentamente atravesando la ciudad, se detuvo a rezar frente a la catedral y siguió hacia el oriente. Una vez allí sumergió al niño y, cuando lo vio hundirse, marchó pasando los tres volcanes que rodean el lago, hasta desaparecer en el horizonte. En el terreno de la leyenda, ella regresa con frecuencia a recorrer el mismo camino persiguiendo al fantasma de su hijo. Cuando está a punto de alcanzarlo él se desvanece y reaparece unos metros después. Así, un fantasma tras de otro, recorren la ciudad en la noche, y ella grita porque no puede abrazarlo. Hacia el alba son jalados por una mano invisible de vuelta al lago. Se acostumbra que quien la escucha deje algún juguete (preferentemente una sonaja) a la entrada de la casa, para que con ella la madre convenza al hijo de que regrese. Primer trienio de 1700, Ciudad de México-Tenochtitlán, México. Una pareja de peninsulares es salvajemente asesinada. El esposo había estado en el ejército español por casi diez años, pero tras el embarazo de su esposa (se manejan varios nombres: Martha Vivar, Viviana Martínez, Mariana Rodríguez, entre otros) decidió desertar e irse a vivir a las afueras de la Ciudad de México. Una noche los que fueran sus compañeros en el ejército irrumpen en la casa totalmente ebrios, desde lejos se escuchaban las maldiciones. Después de molerlo a golpes lo atan a una columna. Sacan a su esposa del sótano, donde se había escondido, halándola del cabello y la llevan frente a él. Mientras uno viola a la mujer, otro sostiene la cabeza del viejo soldado para que no logre voltear la mirada. Los hombres, siete en total, una vez que han usado a la esposa embarazada la obligan a mantener relaciones con uno de sus caballos. La mujer y el bebé mueren, mientras que al esposo, que había visto todo, le cortan la garganta casi cuando amanece. El espectro de la mujer regresaría para matar a cada uno de los soldados (las muertes fueron atroces: dos murieron de fiebre escarlatina, otro vomitó sus propias vísceras en una agonía de cuatro días, uno fue encontrado una mañana totalmente seco, otro más se suicidó... ). Aparecía a medianoche y vagaba por las calles gritando por su esposo y su hijo, y tal era el horror que causaba que la gente sellaba sus puertas con lodo y flores de camposanto. Con frecuencia se menciona que, a punto de que aclare el día, de su espalda nacen unas enormes alas como las tendría un murciélago, y con ellas desaparece saltando de cerro en cerro hacia el horizonte. La venganza de este espectro fue muy famosa y, hasta el día de hoy, es costumbre entre los militares dejar un cuchillo o munición en el lugar que fuera la casa de la pareja. También es una suerte de admonición puesto que, una vez muertos los siete soldados, ella seguiría penando quizá por comprender que no tendría de vuelta a su familia; es decir, nada puede borrar el dolor. Finales de 1792, Villa de Asunción de Aguas Calientes, México. García Rojas, decepcionada por los constantes desamores, comienza a engendrar hijos como una obsesión. Algunos son vendidos, otros terminan como alimento de perros y caballos o son torturados por ella. A mediados de diciembre decide incendiar su casa y morir allí; le sobrevivían seis hijos, todos raquíticos y lacerados. Se dice que su espíritu pena desde entonces. Tiene la apariencia de una mujer delgada, vestida de blanco y con cabeza de caballo. Mientras camina va tejiendo coronas de rosas que deja en las puertas. Esta historia, llegada hasta los oídos del rey, resultó tan conmovedora que un par de años después se publicaría el bando real que ordenaba se procurara la atención debida a los huérfanos de todos los dominios españoles, disposción que debía acatarse sin escatimar en gastos. Si fuera cierto que Cihuacóatl se nos presenta al momento de morir, es allí cuando la condición de Llorona es dispensada, como si se tratara de un juicio. Hemos visto que la maternidad es algo sagrado, quizá lo más, y debe ser honrada y venerada en todos los tiempos y lugares. Damos verdad y honra a este misterio.

Mictlán - De Liber Monstruorum

Fue hasta nuestro viaje a la provincia de Antequera Oaxaca cuando dejamos de entender al Reino de los Muertos como un lugar. Durante el último trimestre del año nos fue concedida la gracia de asistir y tomar parte de varias prácticas de brujería que se seguían llevando a cabo en el máximo secreto por los naturales de la región. Una en especial nos permitió acudir a la revelación de la verdadera forma del Mictlán, mas no será dicho aquí ni en el apartado final de este libro el método de tal arte, porque es secreto muy guardado y demasiado peligroso. Después de los preparativos salimos proyectados en cuerpo etéreo, y viajábamos entre las cavernas de Agartha a tremenda velocidad. Vimos un río sumido en las tinieblas al que no se le hallaba ni principio ni fin, y todo a su alrededor estaba muerto. En las bahías dormían y peleaban y morían centenares de perros, y sus colores eran tres: blancos, negros y bermejos. Con recelo nos fueron conduciendo cada vez más adentro, a donde no había luz que llegara, y sin embargo seguíamos viendo tal vez por no estar atados a los sentidos comunes. Al llegar a una cámara antiquísima repleta de enormes edificaciones, vimos sobre sus tronos a los Señores de los Muertos, Mictlantecíhuatl y Mictlantecutli, y los soles brillaban en sus ojos. Nos recibieron con voces de trueno que cimbraron nuestros cuerpos, dándonos a beber un licor que hervía despidiendo un vapor azuloso. El Señor pronunció entonces una palabra y de los pies de los dioses emergió la terrible criatura. Era una ingente bestia con la semejanza de una serpiente cornada, con las patas anteriores de águila, las posteriores de cabra y de su lomo nacían tres pares de alas. El mundo entero sería cobijado entre sus plumas, todos los mares podrían bañar su hocico sin rebosarlo. Las escamas tenían la apariencia de la piedra de ónice, los ojos eran vidriosos como los de un anfibio. Seguía las órdenes de Mictlantecutli, sólo si le ordenaba moverse se movía, sólo si le ordenaba gruñir la bestia gruñía. Entre la visión, aún privilegiados por el sueño astral, fuimos tragados por el Mictlán, y de su boca emergía un humo como de azufre, y sus dientes eran como navajas que despedazaban a los muertos. Había, además, por varios lados unas criaturas que soportaban cabezas de perro ya manchadas por la sangre derramada, y estaban amarrados por el cuello con cuerdas rojas que les envenenaban, porque la piel se les volvía purpúrea y se agitaban como agonizando. Nuestro guía dijo que aquella era la morada de las almas, mientras bajábamos a las entrañas de la gran serpiente. A donde quiera que volteásemos había carroña y sangre, había huesos machacados y dentaduras caídas, pero nadie gritaba, ni una sola queja surgía de los cuerpos pudriéndose. Nos dieron a saber que el Mictlán tiene nueve estómagos, que los demonios que le habitan deshacen el alimento en el barro original y con él construyen el templo de los Señores. Después de pasar por la garganta, que medía unas trece leguas, arribamos a las cámaras donde los muertos son digeridos. Nos explicaron que cada estómago era un reino, y como tal tenía un soberano. Éstos eran horribles como ángeles y de igual manera servían a Mictlantecíhuatl y Mictlantecutli. Podían ser llamados los Señores de la Noche, los Nueve Hermanos Negros o los Lobos Nocturnos. Vimos primeramente horribles gusanos transparentes que en su interior eran todo colmillos, se alimentaban de la sangre de los muertos y vomitaban la carne y el esqueleto. Así aparecía la caverna del Señor Xiuhtletl, que era un hombre muy viejo, de las puntas de sus dedos salían flamas que no cesaban, de sus cabellos salía humo de copal. Este estómago estaba representado por la primera hora de la noche, cuando el sol pierde toda su sangre. Su piedra es el rubí. Su enfermedad es la sarna. Su carácter es flemático. Los niños nacidos bajo este signo están condenados a perecer muy jóvenes. En el segundo estómago vinieron rodando otros demonios con la semejanza de sendas pústulas, parecían querer desbordarse por los lados y contenían la piel y los orines y la pus de los muertos, que recogían del piso cuando andaban, nunca se detenían y cuando alguno parecía a punto de reventar era engullido por otro aún más grande; y nadie sollozaba en el valle de los muertos. Esta era la morada de Tecpactl o la Estrella de la tarde, y era una vieja descarnada con todos los huesos roídos, que crujía los dientes de forma horrible, llenando con su sonido toda la caverna. Su lugar está representado por el momento en que aparece el primer lucero. Su piedra es la obsidiana que llaman de arcoiris. Su enfermedad es la malformación de los huesos. Su carácter es reflexivo. Los niños nacidos bajo este signo serán huraños y vivirán largo tiempo. En el tercer estómago había otras criaturas devoradoras, y éstas comían sólo los huesos, eran parecidos a los erizos del mar, pero las púas tenían manos en los extremos, y mientras de un lado recogían los restos, del otro despedían nubes de color blanco amarillento, pues en eso se convertían las osamentas en su interior; éstos monstruos marchaban muy lento e incluso se pegaban a las paredes del estómago de Mictlán para seguir andando. La señora allí llamábase Xóchitl, y no tenía forma humana, sino que su cuerpo era como un ojo de donde salían ocho alas carnosas. El reino está representado en las noches nubladas y frías. Su piedra es el ónice negro. Su enfermedad es el mal de ojo. Su carácter es violento y déspota. Los niños nacidos bajo este signo serán tiranos y dirigirán a las naciones. Vimos, en la cuarta caverna, animales descansando como si pastaran, tenían el cuerpo de un mulo, patas de león y rostro de hombre, y su labor era comer el cabello de las cabezas cercenadas que regaban el suelo, y las cabezas todavía estaban vivas, cerraban los párpados y movían los labios, pero no se escuchaba queja alguna de ellos. La dueña de este estómago era Centeotl, que era una mujer en extremo bella con dos pares de alas que comenzaban a podrirse, y éstas alas le abrazaban. Su representación en el mundo de los hombres son los campos de maíz y el canto de los grillos. Su piedra es la que llaman ojo de tigre. Su enfermedad es la hinchazón del vientre con agua supurada del mismo cuerpo. Su carácter es sensual. Los niños nacidos bajo este signo serán débiles pero hermosos. Había después buitres de gran envergadura y plumas rojas que cuidaban las paredes más altas de los nueve estómagos, a veces bajaban al piso para terminar de descarnar los restos que quedasen, pero procuraban estar en el aire, que parecía muy viscoso y olía a sangre podrida, a humedad y a salitre. El soberano de ellos era Miquiztli, el úlitmo hijo en nacer de Mictlantecíhuatl y Mictlantecutli, que de él tenía las arrugas profundas, y de ella los ojos sellados; vestía una túnica amarilla y blandía un centro de oro. Se corresponde en el mundo con la medianoche, pero especialmente con la Luna Nueva, ya que cuando nació el vientre de su madre quedó vacío. Su piedra es el azabache. Su enfermedad es la ceguera. Su carácter es neurótico. Los niños nacidos bajo este signo serán tontos y de espalda fuerte, pero sufrirán del corazón. En la sexta cavidad hallamos almas unidas como mellizos malformados compartiendo un torso entre todos, y llegaban a ser hasta diez los que vivían del mismo centro, cada uno queriendo ir hacia un lado distinto; en algunas de estas bestias una cabeza mataba a las demás y debía andar con los cadáveres a cuestas. Así era el dominio de Atl, cuya forma era la de una mujer partida por la mitad, con un brazo y una pierna y un ojo, que arrastraba sus vísceras cuando andaba. Su representación son las horas de la madrugada, frías y silenciosas. Su piedra es el falso topacio. Su enfermedad es el dolor de huesos. Su carácter es melancólico. Los niños nacidos bajo este signo son los más vulnerables a enfermarse, pero también los más astutos. En el séptimo estómago vivían unas cabezas gigantes que apenas se sostenían en varios cuerpos, éstos sí proporcionados, y ellas andaban rodando sirviéndose de las extremidades enclenques que tenían. Su Señora era Tlazolteotl (también llamada Tlaelquani, la devoradora de las cosas sucias), quien tenía una boca descomunal con varias hileras de dientes, no usaba ropa ni llevaba tocado. Su órgano de la generación era como la boca de una serpiente, y con ella fornicaban los muertos. Su hora es poco antes del primer rayo del sol. Su piedra es el cinabrio. Sus enfermedades son la disentería y la sífilis. Su carácter es depravado. Los niños nacidos bajo este signo serán como bestias, y sodomizarán y beberán sangre, aunque también, si son mujeres, puede que sean demasiado sensuales y sean violadas constantemente. En la octava cavidad había monstruos que eran sólo ojos, situados uno en cada punto de los llamados cardinales, y con una lengua larga y viscosa sujetaban multitud de cuerpos, azotándolos contra las paredes mientras los dejaban secos. Tal era la casa de Tepeyololtli, que nos aparecía como un jaguar bañado en sangre, cuyo pelo estaba encrespado y punzaba; su voz era un canto dulce y demoníaco. Su lugar está correspondido por la primer montaña que toca el sol al amanecer. Su piedra es el jaspe. Su enfermedad es la locura, también el éxtasis de los brujos. Su carácter es alegre y despreocupado, casi holgazán. Los niños nacidos bajo este signo serán de mucha vitalidad, pero tendrán una muerte muy violenta. Y vimos, en el último de los estómagos, sombras que no eran las nuestras, y sin embargo nos seguían e imitaban. Si uno les escuchaba parecían murmurar algo como un canto sagrado. Estaban a las órdenes de Quiahuitl, quien era todo carne nudosa y seca, y sus ojos aparecían marchitos. Se corresponde con el primer rayo del sol y el rocío matutino. Su piedra es el ópalo. Su enfermedad es la parálisis parcial. Su carácter es decidido y firme. Los niños nacidos bajo este signo son buenos pensadores, pero su cuerpo es torpe. Por estas cavernas debían pasar los muertos, pero no protestaban aunque siguieran concientes de su estado, porque Mictlán es también la bestia del silencio. Hacia el final de la terrible serpiente las escamas se volvían más luminosas, y ella excretaba un barro muy fino, que unos monstruos con la semejanza de enormes arañas moldeaban, con sus ocho patas hacían ora un candelabro, ora un pilar y entre todas armaban alguna galería del palacio de los muertos, para gloria de los Señores. Todos estos prodigios se hallaban en el interior de la gran serpiente Mictlán y en la caverna de Mictlatecíhuatl y Mictlantecutli. A todos conocimos por nombre y por forma, pero el primero está prohibido para este mundo y nunca será pronunciado, salvo los que pertenecen a los dioses y a los hijos de los dioses, pues ello es para glorificarlos. Comprendimos asímismo el sentido de la bestia, que es honrar a sus amos y cuidar de sus dominios, pues alimentándose les enaltece. Si la ciencia humana tiene en lo posible concebir un propósito para nuestra vida, no hemos de aceptar otro que no sea la verdad que nos fue revelada entonces, no habremos de decir que somos sino alimento del mundo, y que andamos hacia la boca de la serpiente. Todo esto vimos y entendemos, todo lo que podemos decir lo hemos dicho, quede en paz este secreto.

Ahuizotl - De Liber Monstruorum

También llamado el perro de agua. Tiene manos y pies de mono, orejas puntiagudas, pelaje gris oscuro y de la punta de su cola nace una tercera mano cubierta de escamas. Su voz es como el llanto de un bebé y, puesto que vive en las lagunas o en los cursos de agua, confunde a las personas con ella, haciéndoles creer que un niño se está ahogando. Cuando alguien acude a prestar ayuda el Ahuizotl estira la mano en la punta de la cola y lo sumerge hasta la muerte. Tiene la facultad de formar grandes oleajes y remolinos de diferentes magnitudes (algunas lluvias de peces y ranas se han atribuído al Ahuizotl, que eleva el agua hasta el cielo). También se dice que su pelo puede encresparse y endurecerse hasta tomar la forma de enormes espinas, y que con ellas inyecta un veneno para el que no hay cura, usado frecuentemente en conjuros o cuerpos de castigo*.(Poner como nota al pie) Las víctimas del perro de agua siempre reaparecen al tercer día cubiertos de moretones; les han sido arrancados los dientes, las uñas y los ojos, mismos que la bestia toma por alimento. Está al servicio del dios de la lluvia (Tláloc), por lo que sus víctimas se consideran sagradas y merecedoras del paraíso. Así, cuando el Ahuizotl mata a alguien sólo los sacerdotes o “guardianes de Dios” pueden acercarse al cadáver y realizar las exequias. Aunque no hay conjuro o amuleto que nos libre por completo del Ahuizotl, las alhajas con esmeralda o piedra de alumbre son recomendables; por otro lado, si lo que se desea es atravesar un lago o remontar un río, la embarcación debe llevar proa, popa y remos pintados de azul y un incensario con copal encendido durante todo el viaje, evitando los remolinos y zonas donde el agua se vuelva turbia. Volvemos a recordar que esto es sólo una precaución, si la persona que se acerca al agua está marcada por los dioses como ofrenda al Ahuizotl es seguro que morirá, a pesar de todas las artes mágicas que pudiera utilizar.

lunes, 9 de febrero de 2015

Ángel

Un ángel amaneció en el patio. Creo que era idiota porque no controlaba su saliva y continuamente se empapaba. En lugar de hablar emitía sonidos guturales, agitaba los brazos descoordinadamente, defecaba ahí mismo, revolviendo después su excremento que hedía terriblemente. Parecía no poder volar, quizá por aquella falta de control sobre su cuerpo. Pude haberlo llevado a otra parte, a la iglesia, supongo, pero Cici quedó encantada con él y no paraba de abrazarlo, de limpiar su inmundicia y regalarle dulces de leche y frutas a pesar de mi desconfianza. El ángel la veía sonriendo con esa mueca grotesca que le permitía su boca torcida, dejándola acercarse cuanto quisiera, y comía vorazmente las golosinas crujiéndolas entre sus dientes equinos, desalineados y sucios. Durante semanas lo tuvimos sentado en el patio. Ni pensar en darle un lugar dentro de la casa. Aunque Cici reclamara, el ángel permanecería afuera y lo cubriríamos en las noches con los retazos de sábanas en que ella se había destrozado los dedos al coserlos. Si su madre la hubiera visto qué orgullosa y enternecida estaría de nuestra pequeña. Compramos también un tazón para perros para darle agua y otro más para poner su comida (que siempre regaba por todos lados), incluso planeaba levantar una pequeña techumbre con lámina y resguardarlo del sol y de la lluvia. Quisimos mantenerlo en secreto pero a cada rato batía sus alas haciendo gran escándalo, los vecinos iban saliendo alarmados, recogiendo la ropa o las macetas que habían salido volando. Pronto todo el mundo lo venía a visitar, y aunque al principio le regalaban coronas de espliego y rezos, cuando vieron su naturaleza enferma empezaron a traer agua bendita y pequeñas esculturas de animales con cuatro cabezas, entre otras cosas. El ángel aceptaba todo y se adornaba con sus regalos con una infantil expresión de felicidad. Fue tomando fama el ángel imbécil de la calle tres. Venían varias personas para entrevistarnos, periodistas de traje y corbata, troupes de fenómenos, los mesías de las nuevas sectas. Hacían una larga fila para pasar y verlo, y acariciar sus alas, y guardar sus fluídos en brillantes cálices dorados. A todos decíamos que el ángel se quedaría allí, con nosotros, con Cici. Él parecía de acuerdo, prodigándole cuidados sencillos a mi hija, prendiendo luces fantasmales que bailaban en la noche frente a nuestra ventana, haciendo emerger de la nada breves jardines con formas caprichosas. Todo parecía tan tranquilo, como el sebo inocuo que algunas personas tienen en el lóbulo de la oreja. Por entonces me dedicaba a los seguros. Iba a las casas en zonas de riesgo, a las oficinas centrales de algunas compañías, a los muelles, y vendía seguros contra incendio, contra robos, contra desastres naturales, contra incapacidades. Tenía que dejar a Cici sola durante mucho tiempo. Creí que el ángel sería una distracción para ella, para que no se aburriera en las tardes, tal vez haciéndole probar la responsabilidad. Juntos buscamos revistas de repostería y libros de cocina de diferentes países con tal de que se entretuviera alimentando al ángel, su comida favorita es el salmón con risotto de verduras, me diría después emocionada. Tramité un seguro de vida para él e incluso estaba pensando en adoptarlo, darle un nombre y un apellido. Las cosas parecían tan tranquilas. A pesar de todo no me interesaba que se fuera, llegó a ser como la puerta oxidada que uno se acostumbra a escuchar o aquellas líneas de salitre que se acumulan en los rincones. Después renegaría de mi suerte, culpándome por no haber actuado a tiempo, y es que qué clase de dios permite una abominación de ese tipo, en qué clase de mundo algo así puede llegar a nacer. Regresé del trabajo un día y escuché gritar a Cici, corrí tan rápido como pude al patio. El ángel batía las alas más fuerte que nunca, también lanzaba alaridos. De alguna forma había tomado a Cici por sorpresa, quizá cuando le alimentaba, y se elevó con ella como jamás lo había hecho, desgarrándole la ropa con sus manos largas y blancas. De su vientre nació un miembro rojo envainado en piel como el de los perros y con él estaba violando a Cici, haciéndola llorar tratando de cubrirse con los jirones que pudo asir de su ropa. Quise acercarme, pero la fuerza de las alas era enorme. El ángel me veía y aleteaba con mayor furia. Sonreía. Terminó de usar a mi hija y la arrojó a mis pies desvanecida, un líquido azul y pestilente le nacía entre las piernas, impregnando el piso de su sustancia viscosa. Tenía rasguños, unos cuantos en las manos y en el torso, y parecía convulsionarse: sus ojos se movían rápidamente y sus extremidades temblaban. La abracé viendo al ángel que ya volvía aquietado a su lugar, la abracé y la llevé a su cuarto esperando que un milagro la hiciera olvidar. Le vinieron una fiebre y unos vómitos espantosos. Aunque los gritos seguramente se escuchaban por toda la calle nadie vino a preguntar qué pasaba, por el contrario, al día siguiente varias personas me detenían para saber si no le había ocurrido algo al ángel, que escucharon mucho ruido salir del patio, con un genuino gesto de preocupación. No soportaba ya ver sus alas infestadas de piojos o escuchar su voz desarticulada, sentía náusea sólo de imaginarlo afuera con sus ojos fijos, vacíos de razón. Cuando comencé a soñarlo (devorando la casa entera, dibujando en la tierra la desnudez de Cici) tuve que ir al médico a que me prescribiera calmantes o cualquier cosa muy potente, le dije, algo que borre todas estas imaginaciones. Sin embargo, seguía fantaseando con futuros aterradores, con el miedo de Cici, la inocencia que jamás le vería de nuevo. Qué dios permite una criatura así. Por las noches eran peores mi ansiedad y mi enojo. Crispaba las manos y terminaba lastimándome las encías de tanto que apretaba los dientes, a veces incluso lloraba conteniendo los gritos, reviviendo en mi mente una y otra vez las lágrimas que Cici dejaba escapar y su pequeña cabeza golpeando el aire. En un arranque de rabia compré clavos de herrero, tomé un mazo y, desarmando la mesa del comedor (un armatoste de más de dos metros de largo), fabriqué una cruz para dejarlo desangrarse. Esperé a que estuviera dormido para inyectarle un sedante para ganado en el brazo y en la parte superior de la nuca. Con paciencia y hasta con alivio fui enterrando los fierros en su carne blanca, turgente, cuidándome de que su sangre verdosa no me tocara, él mientras tanto, ya despierto y atontado, movía los ojos hacia todos lados, por momentos levantaba un ala, después la otra, pero no lograba tener el suficiente control como para quitarme de encima. Terminé de sujetarlo con alambres y con gran esfuerzo logré erguir la cruz contra la pared de la casa montando algunas poleas y tiras de cuero. Durante casi una semana no paró de sangrar, y donde su sangre caía crecían ortigas y cardos. De no haber sido porque varias personas se quejaron del trato inhumano que le daba (amenazando incluso con meterme preso) lo hubiese dejado allí el resto de mi vida, sufriendo el picoteo de las aves y el golpe de la lluvia. Fue una suerte que el gobierno no se metiera. A partir de eso los profetas, los maestros, los ascetas que habían roto su voto de silencio sólo para ver al ángel, quizá creyendo que evangelizaban a una mente débil, me hablaban de la sagrada misión que seguramente tendría, del divino mensaje que su presencia significaba, visitándome constantemente con mensajes de personas cada vez más lejanas y de nombres más extraños, pidiendo un santuario para el ángel o formar un grupo que dedicase noche y día a estudiar su misterio. Él, por su parte, parecía comprender de cierta forma que no podría seguir castigándolo y, que si así lo hiciera, alguien más lo llevaría consigo a algún lugar mejor. Lo odié tremendamente, más por haber embarazado a Cici, mi pobre niña. Le había crecido una panza descomunal y su línea alba estaba hecha arabescos, toda llena de diminutas pústulas oscuras. Se volvió huraña: hizo una rabieta cuando quise llevarla a la escuela, mordió sus brazos y rasguñó su cara, por lo que decidí dejarla en su cuarto; prefería pensar que quizá después se le pasaría, aunque eso fuera un absurdo. En cuanto al ángel, qué podía hacer sino soportarlo. Sin embargo, como no viera salida y pasaran los meses, decidí aprovecharme del efecto avasallante que parecía ejercer en las personas. Compré un remolque, lo acondicioné con un par de colchones y sábanas y me dediqué a viajar con él por todo el país, anunciando sanaciones milagrosas, cambios en la suerte, buena fortuna para quien diera una limosna al santo ángel. Poco me importó mi trabajo vendiendo seguros, también los trámites de adopción, lo dejé todo menos a mi hija y al monstruo. Eso fue un suplicio, Cici no permitía que nadie, incluso yo, la tocara, y aunque tardé mucho explicándole con maneras suaves que lo mejor era irnos, que no permitiría que el ángel se le acercara otra vez, al final ya estaba sentada junto a mí cruzando una carretera infinita, ella tan callada que parecía catatónica. Paulatinamente recuperaría el habla pero ya no como antes, repetía las maneras del ángel y por momentos parecía que se comunicaban, ella al frente y él encerrado atrás, en un lenguaje primitivo e íntimo. Seré sincero si digo que tuve celos, que tenía unas ganas tremendas de prohibirle a Cici ese idioma, pero eso hubiera puesto en riesgo los avances que bien a mal llevábamos. Para entonces ya tomaba los medicamentos a puños, sin embargo, las imágenes ahora tenían densidad y hasta podía tocarlas; supe que no habría de durar mucho más. En las visiones reconocía el olor del ángel e incluso podía rozar sus alas con mi mano, pero en nada cambiaba el final, nunca cambiaba el final. De La Providencia a San Fernando, de Santa Clara al Río Verde, los pantanos y las sierras y el pedazo de desierto que encontramos, a todas partes llegó la buena nueva del ángel. Y la gente venía a verlo, en serio, llegaban a veces con costales de granos, con cheques en blanco, con amuletos gitanos y egipcios. Todos los regalos eran aceptados, todos tirados después a mitad del camino al siguiente pueblo o vendidos a precios exorbitantes, santificados por el ángel, anunciaba. La criatura sufría menos de lo que hubiera querido, nunca le faltó el alimento y los fieles se encargaban de asearlo y acicalarlo a cambio de las extrañas flores que hacía crecer allí donde estuviese. Cici dio a luz en una encrucijada a la entrada de Santa Isabel. No podía soportar la forma en que la camioneta se agitaba en la terracería y tuvimos que parar cuanto antes. Bajé corriendo hasta el pueblo por una partera, con tan sólo mencionar que traía al ángel conmigo salió de inmediato. Puso una sábana en el piso acostando sobre ella a mi hija y dibujó un círculo alrededor con albahaca. El trabajo duró unas siete horas en las que estuve dando vueltas alrededor de Cici, a veces me detenía y alcanzaba a ver el sudor corriendo por sus mejillas rojas, el cabello pegado a su cráneo. El ángel también estaba inquieto y se podían escuchar sus manos descosiendo los colchones, estrujándolos. En el momento final se hizo un pesado silencio, más porque no se oía el llanto natal sino más bien algo como un zumbido, algo como el canto de una cigarra. La partera salió corriendo y santigüándose cuando vio salir de mi hija un animal que era todo ojos y todo dientes nadando en un río de agua del color de la pus, con ayuda de unos pequeños apéndices parecía querer levantarse. En su remolque, el ángel estaba a punto de romper la reja, aullaba y se sacudía con violencia mientras sus uñas rasguñaban las paredes de metal. Mi hija yacía exhausta sobre la sábana, doblaba el cuello como para lograr ver al producto, pero le ordené que no se moviera y sólo alcanzó a mirar cómo pisé una y otra vez al monstruo, cómo sonreía y lloraba al mismo tiempo. Intentaría gritar, yo creo, no le alcanzó la fuerza y se desmayó. No sé cómo habrá hecho, qué fuerza inhumana habrá empleado, pero el ángel logró romper el remolque y salió enfurecido a buscar a su hijo. Al ver un amasijo iridiscente de carne machacada se abalanzó sobre mí. No recuerdo más que sus puños torpemente apretados, su boca chorreando saliva y gritando. Cuando desperté, muchas horas después, seguía en el mismo lugar, al querer moverme noté que tenía rotos un brazo y un par de costillas, sangraba profusamente de la cara, quizá me faltaran algunos dientes, pensé. Con cuidado me fui levantando y todo seguía igual: el remolque destrozado, la camioneta abierta, la sangre regada, el engendro esparcido en el suelo. Allí estaba también Cici abrazada por el ángel, cubierta con sus alas, ambos durmiendo con una expresión de paz, de alguna clase de inusual y nostálgica felicidad. No los desperté, tampoco intentaría hacerle daño al ángel a pesar de que estaba descuidado, supongo que por creer haberme matado. Vi su mano escuálida en el vientre de Cici, la manera en que la cobijaba con sus alas manchadas. Y comprendí cómo es que un sacrificio puede perder su valor si no es bien recibido, cómo queriendo se puede lastimar a quien se quiere y a uno mismo también: Cici estaba allí no porque la hubiese convencido de volver a confiar en mí, sino por el ángel. Caminé hacia el pueblo a buscar a la partera, quería que me acomodara los huesos rotos, que me dijera a qué hora pasaba el tren. Partí con la esperanza de que Cici fuera feliz y ambos pudiéramos rehacer desde un nuevo inicio nuestras vidas. Quizá alguien los encontraría, dándoles refugio, quizá después fundarían alguna religión que pudiera perdonarme.