sábado, 24 de agosto de 2019

Llorona - De Liber Monstruorum

Esta leyenda es, quizá, la prueba de que todo sigue un molde concebido previamente, que los millones de escenarios posibles se remitirán a un sólo origen común. Cuando llegamos al estudio de este espectro nos vimos confundidos por las innumerables versiones que pasaban de oído en oído, perdiendo su fuente primigenia. Además, los lugares donde se manifestaba se extendían por todas las colonias europeas, siendo prácticamente imposible especificar un lugar, siquiera una cultura, que haya dado origen a la historia. Sin embargo, notamos que en todas las versiones existían elementos comunes (una mujer que vaga a mitad de la noche vestida de blanco, la maternidad convertida en tragedia, el agua... ), y eso sólo puede significar que la maldición que obliga a las infinitas Lloronas a permanecer suspendidas en el tiempo es dispensada por un poder único. Es decir, una fuerza, una ley oculta es lo que convierte a una mujer con ciertas características en una Llorona, tal como un árbol crecería de la semilla cuidada debidamente. De entre todos los nombres que hallamos, hemos escogido llamar Cihuacóatl a este poder arquetípico, puesto todos los elementos de la leyenda están contenidos en ella (el lamento por el destino de sus hijos –los aztecas-, el canto nocturno que es bello y a la vez temible, su morada está al oriente... ). Así, presentamos las versiones de la Llorona que cuentan con mayor documentación y de las que estamos por completo seguros de su veracidad, puesto que a todas ellas hemos visto en nuestros viajes. Siendo nosotros testigos fieles de estos tremendos prodigios no podemos sino dar fe de que el don de Cihuacóatl es también un mensaje que cruza todas las fronteras con tal de que le atendamos, la historia formada por las similitudes entre las versiones es la verdadera palabra de Tonantzin. He aquí este misterio. A finales del siglo XVIII, Puerto Varas (también llamada La Ciudad de las Rosas), Chile. Lucía Carrera pierde a su hijo recién nacido, que ha sido vendido por su esposo (de apellido Wiese, joyero alemán llegado al sur del continente en el auge minero) a una pareja extranjera. El trato fue hecho a espaldas de Lucía, y supo lo ocurrido de boca de su propio esposo ebrio cuando ya su hijo cruzaba el océano. Wiese regresaría poco después a Europa, abandonando a su esposa en la miseria. Completamente deprimida, Lucía se dedicará por un tiempo a la prostitución esperando quedar encinta, sin nunca lograrlo. Su familia no la recibe de nuevo por la mala reputación que la rodea, duerme entre la basura de la plaza central y los pordioseros abusan de ella. Encuentran su cuerpo una mañana de junio flotando en el lago Llanquihue. A partir de esto se crea una historia de terror con lo ocurrido, se dice que todas las noches el espíritu de Lucía va llorando desde la que fuera su casa hasta la plaza central, donde se detiene un largo rato, después sigue hacia el lago y allí desaparece. Ciertas variantes le atribuyen un carácter punitivo hacia los padres: entra a las casas para llevarse a los niños que han sufrido algún maltrato, buscando compensación por su hijo vendido a los extranjeros. Resalta el hecho de que rara vez se manifiesta como una imagen, todos asocian la historia a una voz sin cuerpo que lanza lamentos desgarradores; para verle se requiere ser sensitivo o, en su defecto, enjuagarse los ojos con las lágrima de algún perro, aunque esto pueda llevar a perder la vista definitivamente. Hacia 1750, templo de Las Rosas, Valladolid, México. Una monja, maestra de música en el conservatorio de Las Rosas, asfixió hasta la muerte a una de sus alumnas, huyendo después hacia el algo de Cuitzeo donde fue brutalmente linchada por el pueblo indignado. Arrojaron el cuerpo desnudo al agua y quemaron el hábito. En su celda había dejado una larga carta llena de referencias bíblicas y arrepentimientos. Aunque la Madre Superiora negó rotundamente la existencia de cualquier indicio que permitiera suponer la locura, en su propia autobiografía confesaba saber con anterioridad los deseos de su subordinada de matar a cierta niña en específico, sin tomar medidas al respecto. La atormentada monja había sido violada por el párroco de una iglesia vecina, quedando embarazada. Tanta fue su vergüenza que expulsó al bebé de forma muy prematura (no hay un tiempo exacto, pero el rumor popular dice que el abortó sucedió al cuarto mes de gestación), pagando después a algunos albañiles para que emparedaran a su hijo. En 1738 se vinieron abajo algunas partes del convento, hallándose los restos de varios niños nonatos (una parte de la carta de despedida decía: “... y entre las paredes estava el hijo de la grazia, el hijo nazido en la vergüença, Dios perdóneme quien fizo esto no lo fará nunca más”, una clara referencia a este hecho). La monja, apesadumbrada por la culpa, tenía alucinaciones muy frecuentes, y terminó creyendo que una de las alumnas era su hija que había resucitado para atormentarla. A pesar de que la violación se hubo convertido en un secreto a voces, el sacerdote no recibió reprimenda alguna y negaría el hecho por el resto de su vida. La historia se difundió: se hablaba de que la monja aparecía en el lago, caminaba hacia la ciudad llorando a gritos, se detenía en el Conservatorio unos momentos y marchaba de regreso. Iba desnuda, en el cráneo no tenía ni piel ni carne. Su grito era inconfundible, pues denunciaba al sacerdote y pedía perdón a su hijo y a la niña. Se consideraba que su encuentro era de mala suerte y tras la medianoche se evitaba la ruta por donde ella iba. Una variante más añade que el clérigo sería encontrado crucificado en el altar al cabo de un año del linchamiento de la monja (esto se corresponde con las apariciones de un hombre cargando una enorme cruz que no deja de repetir el nombre de una mujer mientras camina). Se cuentan pocos los que han hecho frente al espectro, y dicen que les ha seguido hasta en los sueños porque los confunde con los niños muertos. 1738, Antigua, Guatemala. Leticia Figueroa enloquece y vaga por la ciudad como indigente. Fue abandonada por su pareja cuando quedó embarazada (no se sabe nada de él, se habla de un criollo, de un gobernador y de su padrastro). Echada a su suerte por su familia, tuvo al bebé cuando ya vivía entre los callejones. Fue tanta la pena por el sufrimiento que le causaría a su hijo durante toda su vida que decidió ahogarlo en el lago Atitlán. El relato más conocido menciona que la noche en que lo mataría caminó lentamente atravesando la ciudad, se detuvo a rezar frente a la catedral y siguió hacia el oriente. Una vez allí sumergió al niño y, cuando lo vio hundirse, marchó pasando los tres volcanes que rodean el lago, hasta desaparecer en el horizonte. En el terreno de la leyenda, ella regresa con frecuencia a recorrer el mismo camino persiguiendo al fantasma de su hijo. Cuando está a punto de alcanzarlo él se desvanece y reaparece unos metros después. Así, un fantasma tras de otro, recorren la ciudad en la noche, y ella grita porque no puede abrazarlo. Hacia el alba son jalados por una mano invisible de vuelta al lago. Se acostumbra que quien la escucha deje algún juguete (preferentemente una sonaja) a la entrada de la casa, para que con ella la madre convenza al hijo de que regrese. Primer trienio de 1700, Ciudad de México-Tenochtitlán, México. Una pareja de peninsulares es salvajemente asesinada. El esposo había estado en el ejército español por casi diez años, pero tras el embarazo de su esposa (se manejan varios nombres: Martha Vivar, Viviana Martínez, Mariana Rodríguez, entre otros) decidió desertar e irse a vivir a las afueras de la Ciudad de México. Una noche los que fueran sus compañeros en el ejército irrumpen en la casa totalmente ebrios, desde lejos se escuchaban las maldiciones. Después de molerlo a golpes lo atan a una columna. Sacan a su esposa del sótano, donde se había escondido, halándola del cabello y la llevan frente a él. Mientras uno viola a la mujer, otro sostiene la cabeza del viejo soldado para que no logre voltear la mirada. Los hombres, siete en total, una vez que han usado a la esposa embarazada la obligan a mantener relaciones con uno de sus caballos. La mujer y el bebé mueren, mientras que al esposo, que había visto todo, le cortan la garganta casi cuando amanece. El espectro de la mujer regresaría para matar a cada uno de los soldados (las muertes fueron atroces: dos murieron de fiebre escarlatina, otro vomitó sus propias vísceras en una agonía de cuatro días, uno fue encontrado una mañana totalmente seco, otro más se suicidó... ). Aparecía a medianoche y vagaba por las calles gritando por su esposo y su hijo, y tal era el horror que causaba que la gente sellaba sus puertas con lodo y flores de camposanto. Con frecuencia se menciona que, a punto de que aclare el día, de su espalda nacen unas enormes alas como las tendría un murciélago, y con ellas desaparece saltando de cerro en cerro hacia el horizonte. La venganza de este espectro fue muy famosa y, hasta el día de hoy, es costumbre entre los militares dejar un cuchillo o munición en el lugar que fuera la casa de la pareja. También es una suerte de admonición puesto que, una vez muertos los siete soldados, ella seguiría penando quizá por comprender que no tendría de vuelta a su familia; es decir, nada puede borrar el dolor. Finales de 1792, Villa de Asunción de Aguas Calientes, México. García Rojas, decepcionada por los constantes desamores, comienza a engendrar hijos como una obsesión. Algunos son vendidos, otros terminan como alimento de perros y caballos o son torturados por ella. A mediados de diciembre decide incendiar su casa y morir allí; le sobrevivían seis hijos, todos raquíticos y lacerados. Se dice que su espíritu pena desde entonces. Tiene la apariencia de una mujer delgada, vestida de blanco y con cabeza de caballo. Mientras camina va tejiendo coronas de rosas que deja en las puertas. Esta historia, llegada hasta los oídos del rey, resultó tan conmovedora que un par de años después se publicaría el bando real que ordenaba se procurara la atención debida a los huérfanos de todos los dominios españoles, disposción que debía acatarse sin escatimar en gastos. Si fuera cierto que Cihuacóatl se nos presenta al momento de morir, es allí cuando la condición de Llorona es dispensada, como si se tratara de un juicio. Hemos visto que la maternidad es algo sagrado, quizá lo más, y debe ser honrada y venerada en todos los tiempos y lugares. Damos verdad y honra a este misterio.

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